Algo más

La vi sentada en el fondo de la sala, tenía el pelo rojizo. En otra oportunidad apareció de derepente en el metro, ella no se fijo, pero yo sí: ahora su pelo era rubio. Y desde ahí la roza cromática, al igual que el típico ejercicio de la clase escolar de arte, se impregnó en su personalidad hasta ya no saber siquiera la finalidad de su camaleónica apariencia. Ella distinguía; se percibía patente extraordinariedad.

Y durante una tarde maratónicamente chelística, después de quebrar la barrera de la vergüenza y la de los silencios incómodos, ella dijo: “Ahora realmente sé quién soy”. Para luego continuar con un evento semanal que terminó en bailoteo nocturno en un local apto sólo para perrear, mientras uno debía trabajar en una relojería. ¡¿Que paradojal?! Mientras ella se tomó el tiempo para descubrirse, yo vendo artefactos de medición temporal sin tener un minuto para pintarme el pelo y confesar.

Algo más. No sé qué. Pero es algo más.

En lo mismo

Ivo la llama al celular para invitarla a salir. Ella prefiere no volver con en el mismo tema, y corta. Ivo está silencioso. Al contrario de la fiesta efectuada en su nombre. Otro año, y de vuelta en lo mismo: Huacho y piscoleando. ¿Hasta cuándo...?

... Y de vuelta al ruido, al baile, el filtreo, de doce a doce. Luego, la despedida de los amigos de siempre, con agradecimientos variados, y como regalo bumerang, su desorden respectivo. Aunque poco interesa la suciedad cuando la terza y alba figura de Amparo descansa en un sillón del living. Abro los ojos y ella también. Cambiamos de espacio, desnudos ahora, los sexos se acarician y se contornean, al igual que nosotros. Con cuidado y en una intención de palpar, de sentir al otro.

No si ella, pero Ivo piensa en el acto fallido mientras desde la ventana se presenta la luminosidad de la mañana. El celular suena y indica "Amparo llamando". Ivo sabe de la posibilidad, pero no contesta... En lo mismo, no más.

Quiebre sanguíneo

Dejaré el trabajo para otro día… La cordillera santiaguina viste de blanco, representando el retrato que deseo presenciar durante el resto del día, desde la azotea del edificio donde se encuentra mi departamento-hogar. Tarde de abstracción melancólica, natural. Sólo inhalar y exhalar aire frío, fresco; igualmente al trago que bebo, sentado en una silla reclinable. En 120 grados observo la inmensidad y replanteo mi pequeñez, mi fragilidad. Como que casi estuviera quebrado por dentro. Filo… Ya pasará, ya se me pasará. Total, ellos ya decidieron. Para qué seguir pensado. Y si las nubes transitan, por qué no el tiempo.El bebestible se acaba, la luz natural también. El alumbrado público hace aparecer la oscuridad que cubre completamente a la anterior pintura invernal. Y quebrado me convierto: todo opaco, sin acción y menos verborrea banal. Mejor vuelvo, a ver si alguien quiere, o no quiere estar solo. ¿No es cierto, papá? ¿No es verdad, mamá?

No va más.

Incompatibilidad


Caminamos sin apuro. La ciudad no habla, duerme. Los primeros rayos de sol abrigan cada paso mientras me mantengo atento a lo que Nicol comenta. Hace más de un año que lo fortuito y lo decisivo alargó las distancias sin retomar nuestra incipiente amistad. Sin embargo, las festividades navideñas provocaron un recuentro. Aquel que prolongamos con alcohol en nuestra sangre, horas de baile y conversación en nuestros músculos cansados, y escenas memorables a medida que cruzamos una que otra mirada. O por lo menos, eso me pasa a mí. Rebobino y pongo atención a atesoradas nimiedades: sus ojos empequeñecidos con cada roncola ingerida; la prístina satisfacción con cada gesto risueño; su tierno bamboleo con cada tonada musical; o sentir esa tomada de mano, en cierto pub de la capital, cuando quiso guiarme al escenario para escuchar el karaoke de turno. Momentos que la ilusoria unidad entre el norte y el sur impide realizar, pero que la fecha 25 del 12 permitió esa llamada second chance. Por lo mismo, percibo con agrado, ya en un nuevo día, que sigo un camino con ella… Uno nuestro… Aunque sólo sea a su casa y por un lapsus corto, pues pronto desaparecerá.

Nicol me mira y sonríe; observa la solitaria plaza y gesticula alegría; se aferra a mi chaleco, para evitar la entrada de la brisa madrugal, y expone ternura tal como un inocente peluche de felpa. Presencia completa e impagable que se asemeja más a un evento ficticio que a uno real, ya que Nicol contiene su propia cotidianidad, una con proyección laboral y plenitud provincial, cimentada en un otro y no en un yo. Incompatibles, prefiero categorizar… Y seguir haciéndolo. Sobre todo cuando estamos a metros de su hogar. Y no es por la edad ni menos por la distinta regionalidad. Simplemente no llegue a tiempo, o ella tampoco quiso dárselo, o ambos desistimos. No sé ¿Para qué pensar? Prefiero regocijarme con este momento eventual. Mirar. Escuchar. Y sentir cercanía. La suya. ¿Necesito algo más? Estamos en nuestra escena i-real.

Y sin darnos cuenta, estamos en el frontis principal. Ella me abraza y me congelo. Mutismo total. Trato de aferrar, de completarme con ella. El calor corporal es mutuo, es real. ¿Hay posibilidad? Tal vez esa interrogante y otras más, de un año duro y crudo, no valgan la pena. Por lo menos durante estos segundos de proximidad. No más kilómetros de separación. Nicol está presente, latente. Palpo su cuerpo antes que se desvanezca y se transporte, sin escalas, a la tierra de campeones, donde una de mis más apreciadas añoranzas existe; es de carne y hueso, directa, honesta, radiante y llena amor, y con misterios por develar ¡Maldita incompatibilidad!

Orrego Luco

2


Y comandas aparecían desde el artefacto electrónico: una tras otra. Hombres de negro y rojo, con el respectivo logo VICIUOS, realizaban malabares –revueltos con cosmopolitans, piscolas, pichers de cerveza y acompañamientos salados, ya sean de frituras o de pescado muerto (popularmente llamado sushi)-, a fin de conseguir la ansiada propina. Y el sonido taq, taq, taq, se mantenía sincopado y alarmante. “¡Carajo Milo! ¡Si no te apuras, ni cagando te quedas!” sentenció Carlo T., uno de los meseros (treintón y de alta señoría en el oficio), a Emilio. En tanto, el muchacho estaba atrasado con un pedido de tres micheladas, dos bandejas de bajitas, y doce empanadas de queso-camarón. La desesperación por una salvaguarda de H20 a la vena, y así evitar trémulos sudores, aumentaba con aquella reprimenda y otras más a medida que viajaba desde la cocina hacia su plaza (lugar de atención designado). Y los cuales se aglutinaban con otros entredichos cuando Emilio volvía a efectuar el interminable vaivén, de un sector a otro: “Tienes tres personas esperando, Milo”; “¡Y qué pasó con las tres micheladas…! ¡Mmm, parece que la cosa no anda pollo chico!” Aunque siempre existen aires de consuelo: “Tranquilo guachito, toma aire, y sigue. ¡Vamos campeón!”. Incluso si son lascivos y excitantes: “Cosita… Apúrese que se le van las propinas. Pero si sale todo bien, la mamita del bar lo apapacha luego”; “Faltan como tres horas nomás, Milito… Y de ahí nos pegamos sus perreos al lado, en el subte, mi guacho”… Y así. No había ya noción de tiempo, pero sí de órdenes, de servir, mirar si los consumidores necesitaban algo, y volver a servir. Acto para el otro, mas con fines monetarios. Y taq, taq, taq, resonaba nuevamente.

Emilio trató de buscar el equilibrio precario, entre los anecdóticos y pesimistas comentarios de sus compañeros, una vez que se cancelaron las cuentas de su respectiva plaza. Por lo mismo, llegó a la cocina -donde Napoleón, el copero más rápido de todo el Perú, trabajaba con el hombro bien puesto a fin de mantener el restobar abierto-, para su dosis tranquilizadora: mucha, pero mucha agua. Cuando de repente una sombra cubrió la mitad del cuerpo del joven y Napoleón borró su sonrisa característica. “Emilio… Hace 2 minutos que te están llamado en tu plaza…”, informó irónico Max, el gordillo, de media altura y ferviente defensor del trasnoche, alias el administrador. “No sería bueno que fuera inmediatamente…”. Y Emilio salió raudo con dos relucientes pichers vacíos. Max y Napoleón sonrieron, cómplices de una escena repetida dentro de su inversa cotidianidad.

Orrego Luco (en cinco momentos)

1

“En un pasaje sin retorno, en la comuna de Providencia, existe un pequeño barrio nocturno, pues los locales que lo componen comienzan a recibir público solamente cuando se divisa otro crepúsculo en la ciudad. Ambiente de preparación donde los golpeteos de las mesas con la acera, los comentarios a viva voz de los meseros y las canciones poperas de fondo crean un prolongado bullicio que se abstiene de pasar desapercibido. Al contrario, el efecto de movimiento y la sensación de productividad laboral da señales que los restobares están abierto: Es la hora de consumir”.

O por lo menos eso anotaba Emilio en su cuadernillo de notas (especialmente entregado para llevar la cuenta de las comandas pedidas por los clientes del Viciuos). Primer día como mesero, y para evitar el mítico primer nerviosismo de todo nuevo laburo, decidió registrar lo acontecido a su alrededor. Sin embargo, el acto testimonial se interrumpe cuando Emilio observa que en la 1T, una de las tres mesas designadas para atender, se sienta una persona; y otra, y otra… y otra… Hasta que su sector completo de atención exige consumo inmediato. La carrera part-time se inicia y no hay vuelta atrás.

Centro Arte Alameda

Ignacio tiene todo preparado. En unos minutos más la Coté llegará prístina y sonriente a su lado, en el interior del Centro Arte Alameda. Ambos quedaron en ver el filme Once, por la historia romántica, en el caso de la Coté, y por las emotivas canciones de la banda sonora, en el caso de Ignacio. Todo será perfecto. Muchacho y Muchacha solos en la oscuridad cinematográfica para sellar la amistad de días atrás, cuando en un divertimento nocturno, ella quiso bailar con él unos lentos en medio de la celebración. Tacto y contacto oscilaron entre baladas románticas hasta concordar este encuentro de película. Y aquella sensación de enlazar con un otro todavía persiste en Ignacio, mientras observa los segundos pasar en el reloj de su celular. Rebobina memoria para visualizar fotogramas que trasluzcan la belleza de la tierna morena. Pero ni eso ayuda a materializar su presencia. Un aseador del lugar observa la preocupación del muchacho y piensa en otro final triste, otro más. Ignacio recibe la mirada del empleado, observa la vaciedad del sector de boletería y con las entradas en mano decide concretar lo proyectado. Play en la historia y un plano general muestra a un cantante callejero desgarrándose la voz por comunicar una melodía de amor. Ignacio aprecia el esfuerzo del personaje por tratar de conectarse con él, pero es inútil. Sentimientos espurios interrumpen el relato de ficción y el real… Él y su coprotagonista comienzan una relación durante 90 minutos. Prolongación temporal que provoca la emoción contenida de Ignacio. Recuerda la promesa, la sonrisa destellante, con la misma intensidad que expone el desvanecido a blanco del encuadre final. Igualmente al brillo expandido por la silueta de la Coté cuando corre desesperada para abrazar a Ignacio en plena salida. Lagrimas inundan vacilaciones y el replanteamiento es dual.